Sobre "Casa" — Oscar Strasnoy
"El año pasado, al final de una clase de Heiner Goebbels, los alumnos podían hacerle preguntas y preguntaron sobre trucos de fabricación musical y de interacción con las imágenes. Cuando le tocó a Julián, le pidió que describiera su mesa de trabajo. Me dije que estaba ante un caso peculiar: un joven preocupado no tanto por el oficio en sí, sino por la manera de desafiarlo.
La pregunta de cada compositor en cada etapa de la historia es cómo decapitar la maquinaria retórica de la época inmediatamente anterior. Los de mi generación todavía tenían que ocuparse de los moribundos boulezianos, además de intentar matar a los lachenmannianos y a los sciarrinianos en pleno uso del poder de la estética. Los de la generación de Galay tienen que matarnos a nosotros, los que seguimos escribiendo con corcheas y quintillos. La nueva música, la de los jóvenes, organiza improvisaciones y mezcla igualitariamente sonidos con cosas venidas del más-allá musical: imágenes, video, luz, objets trouvés. Es menos especulativa y más empírica. Se trata de fabricar objetos a partir de la materia misma y no simplemente sentándose a una mesa y pensando. El pionero de esta manera de crear fue Varèse y misteriosamente sólo tuvo seguidores serios en las Américas.
Al principio dudé, con pudor deontológico, si escribir sobre un espectáculo que no conozco. Después pensé: al fin y al cabo, creadores, intérpretes, público, críticos dialogan a distancia sobre cosas que perciben siempre parcialmente y de eso se trata justamente el arte, de generar preguntas imposibles y respuestas arbitrarias, nadie terminará nunca de entender nada y en eso consiste la belleza: preguntas sin respuesta.
Julián me habló hace un año de esta obra en estado de proyecto, como quien cuenta un sueño, minuciosa y apasionadamente. Los sueños contados son una categoría literaria aparte, como contar una película, un coito o un plato de comida exótica, cosas que se cuentan sabiendo que la narración terminará no teniendo nada que ver con el sujeto narrado: frustración fructuosa. En esta obra habrá maquetas, me cuenta Julián por teléfono, es decir mundos miniaturizados estudiados por cámaras como si fueran microscopios, que intentarán compartir, desde muchos puntos de vista, la belleza rara de la destrucción, es decir la belleza del tiempo, que es el sujeto principal de la música. Nada ilustrará nada, es decir que no se tratará de un esquema cinematográfico, donde la música sirve al drama, como en la difunta ópera, subrayándolo, sino que las cosas se complementarán dialogando a distancia y será al espectador al que le tocará crear su propia narración interior.
“casa” se llama la obra, como quien dice “libro” o “botella”. Parecería que el sujeto fuera el paquete y no el contenido, una especie de anuncio inmobiliario (otra extraña categoría literaria, donde a uno le cuentan su vida futura a partir de sus posibilidades de envoltorio), pero el asunto no es la casa, sino lo que esa idea genera: polifonía, en el sentido más estricto de la palabra: simultaneidad de ideas, de sonidos, de imágenes, de significados, de tiempos (así, en plural — porque cada cosa tiene su tiempo propio y, simultáneos, los tiempos siguen siendo distintos y distinguibles), esa es la superioridad de la música con respecto a las otras artes: puede superponer capas de tiempo y deja al espectador libre de hacer zoom con las orejas sobre lo que le interesa escuchar. Será a nosotros, espectadores, de proyectar nuestra experiencia para reconstituir el contenido que nos convenga.
Nuestro mundo es polifónico. No hace falta siquiera salir a la calle para constatarlo: desde esta mesa escucho el rumor de la calle, voces, bocinazos, el rugido de un avión, el ruido de un vecino haciendo agujeros (creo) con una perforadora, mi mujer que escribe en la pieza de al lado, además de ver elementos en la pieza (papeles, un ramo de flores, fotos, un piano, un plato con maní, una taza de té, libros), escucho una radio desde lejos escupiendo noticias. Soy yo el que reconstruye una narración si necesito organizar algo para la nota de programa de Galay, a partir de estos elementos dispersos que nunca soñaron terminar embotellados en un papel, lanzados todos juntos hacia otro punto del planeta donde “explicarán” una obra que no necesita explicación. La polifonía existe fuera de nuestra voluntad. La tarea del músico o del artista es la de filtrarla, fijar una forma, presentarla, ordenarla si es necesario. La tarea del espectador es la de pasear con sus sentidos a través de esa selva polifónica, tomar lo que puede y desechar lo que no necesita. Este proceso existe desde mucho antes de Julián Galay, incluso antes de Josquin des Prés: el compositor ordena, filtra el caos primigenio del mundo y el oyente lo deshace según su propia capacidad. La diferencia con Josquin es que la polifonía ya no se limita a lo puramente acústico sino que se suman parámetros al baile (imágenes, textos, luces) que participan, complementándose, de la partitura.
Qué pena no poder estar para entregarme al placer de la pregunta sin respuesta."
Oscar Strasnoy
08.05.18, Nueva York.
Sobre "Casa" — Oscar Strasnoy
"El año pasado, al final de una clase de Heiner Goebbels, los alumnos podían hacerle preguntas y preguntaron sobre trucos de fabricación musical y de interacción con las imágenes. Cuando le tocó a Julián, le pidió que describiera su mesa de trabajo. Me dije que estaba ante un caso peculiar: un joven preocupado no tanto por el oficio en sí, sino por la manera de desafiarlo.
La pregunta de cada compositor en cada etapa de la historia es cómo decapitar la maquinaria retórica de la época inmediatamente anterior. Los de mi generación todavía tenían que ocuparse de los moribundos boulezianos, además de intentar matar a los lachenmannianos y a los sciarrinianos en pleno uso del poder de la estética. Los de la generación de Galay tienen que matarnos a nosotros, los que seguimos escribiendo con corcheas y quintillos. La nueva música, la de los jóvenes, organiza improvisaciones y mezcla igualitariamente sonidos con cosas venidas del más-allá musical: imágenes, video, luz, objets trouvés. Es menos especulativa y más empírica. Se trata de fabricar objetos a partir de la materia misma y no simplemente sentándose a una mesa y pensando. El pionero de esta manera de crear fue Varèse y misteriosamente sólo tuvo seguidores serios en las Américas.
Al principio dudé, con pudor deontológico, si escribir sobre un espectáculo que no conozco. Después pensé: al fin y al cabo, creadores, intérpretes, público, críticos dialogan a distancia sobre cosas que perciben siempre parcialmente y de eso se trata justamente el arte, de generar preguntas imposibles y respuestas arbitrarias, nadie terminará nunca de entender nada y en eso consiste la belleza: preguntas sin respuesta.
Julián me habló hace un año de esta obra en estado de proyecto, como quien cuenta un sueño, minuciosa y apasionadamente. Los sueños contados son una categoría literaria aparte, como contar una película, un coito o un plato de comida exótica, cosas que se cuentan sabiendo que la narración terminará no teniendo nada que ver con el sujeto narrado: frustración fructuosa. En esta obra habrá maquetas, me cuenta Julián por teléfono, es decir mundos miniaturizados estudiados por cámaras como si fueran microscopios, que intentarán compartir, desde muchos puntos de vista, la belleza rara de la destrucción, es decir la belleza del tiempo, que es el sujeto principal de la música. Nada ilustrará nada, es decir que no se tratará de un esquema cinematográfico, donde la música sirve al drama, como en la difunta ópera, subrayándolo, sino que las cosas se complementarán dialogando a distancia y será al espectador al que le tocará crear su propia narración interior.
“casa” se llama la obra, como quien dice “libro” o “botella”. Parecería que el sujeto fuera el paquete y no el contenido, una especie de anuncio inmobiliario (otra extraña categoría literaria, donde a uno le cuentan su vida futura a partir de sus posibilidades de envoltorio), pero el asunto no es la casa, sino lo que esa idea genera: polifonía, en el sentido más estricto de la palabra: simultaneidad de ideas, de sonidos, de imágenes, de significados, de tiempos (así, en plural — porque cada cosa tiene su tiempo propio y, simultáneos, los tiempos siguen siendo distintos y distinguibles), esa es la superioridad de la música con respecto a las otras artes: puede superponer capas de tiempo y deja al espectador libre de hacer zoom con las orejas sobre lo que le interesa escuchar. Será a nosotros, espectadores, de proyectar nuestra experiencia para reconstituir el contenido que nos convenga.
Nuestro mundo es polifónico. No hace falta siquiera salir a la calle para constatarlo: desde esta mesa escucho el rumor de la calle, voces, bocinazos, el rugido de un avión, el ruido de un vecino haciendo agujeros (creo) con una perforadora, mi mujer que escribe en la pieza de al lado, además de ver elementos en la pieza (papeles, un ramo de flores, fotos, un piano, un plato con maní, una taza de té, libros), escucho una radio desde lejos escupiendo noticias. Soy yo el que reconstruye una narración si necesito organizar algo para la nota de programa de Galay, a partir de estos elementos dispersos que nunca soñaron terminar embotellados en un papel, lanzados todos juntos hacia otro punto del planeta donde “explicarán” una obra que no necesita explicación. La polifonía existe fuera de nuestra voluntad. La tarea del músico o del artista es la de filtrarla, fijar una forma, presentarla, ordenarla si es necesario. La tarea del espectador es la de pasear con sus sentidos a través de esa selva polifónica, tomar lo que puede y desechar lo que no necesita. Este proceso existe desde mucho antes de Julián Galay, incluso antes de Josquin des Prés: el compositor ordena, filtra el caos primigenio del mundo y el oyente lo deshace según su propia capacidad. La diferencia con Josquin es que la polifonía ya no se limita a lo puramente acústico sino que se suman parámetros al baile (imágenes, textos, luces) que participan, complementándose, de la partitura.
Qué pena no poder estar para entregarme al placer de la pregunta sin respuesta."
Oscar Strasnoy
08.05.18, Nueva York.